Adriana Balmori A.
Es septiembre de 1810, muchas conspiraciones contra el gobierno se habían organizado y muchas habían sido descubiertas. La razón era desde luego el innegable descontento que existía entre criollos, mestizos e indígenas de la Nueva España por las desiguales medidas y la falta de un poder efectivo por parte de las autoridades, lo que en pocas palabras se traducía en “un mal gobierno.
Una de las conspiraciones o conjuras más serias era aquella de la que formaban parte personas notables tanto de San Miguel el Grande como de Querétaro y que fue haciéndose cada vez mayor hasta que empezó a levantar sospechas. Este grupo que como sabemos estaba formado entre otros por Ignacio Allende, el cura Miguel Hidalgo, Juan Aldama, Mariano Abasolo, el corregidor de Querétaro Miguel Domínguez y su mujer Josefa Ortiz, Epigmenio González y su hermano Eustaquio, ya se preparaba para levantarse en armas el 1º de octubre de 1810, para ello Hidalgo mandaba a hacer pertrechos, se agenciaban dinero e Ignacio Allende había diseñado y mandado confeccionar sus Banderas Gemelas que enarbolarían los ejércitos independentistas, y éste, inútilmente insistía en hacer un plan de ataque o estrategia militar a seguir una vez iniciado el levantamiento. Aún no se había definido a quien se daría el mando supremo, había quien estaba a favor de Allende por su buen juicio y conocimientos militares y los había a favor de Hidalgo e por su carisma con el pueblo, y también, uno de los ideólogos del movimiento.
La tarde del día 15 sucede lo inevitable: Joaquín Arias, un conspirador en trance de muerte los delata ante su confesor el juez eclesiástico Gil de León, éste al ser amigo del Corregidor Domínguez inmediatamente lo pone al tanto de la situación, quien al verse presionado y sin salida, opta por ir a catear la casa de Epigmenio González -donde esconden los las armas y municiones- y la de un tal Sámano, con la esperanza de que se corra la noticia y mientras él hace pausadamente someros cateos, se ponga sobre aviso al resto del grupo.
Antes de salir avisa a Josefa su mujer y seguro de que ella es capaz de salir personalmente a avisar a Allende, decide cerrar el zaguán de su casa con llave. Ante esto Josefa va a su recámara que está exactamente arriba de las oficinas del alcaide de la prisión, Ignacio Pérez y da la acordada contraseña, tres golpes de tacón, así pone a Pérez en guardia y le ordena mandar a avisar a Allende a San Miguel.
Pérez no confía en nadie para tal misión y él mismo se lanza a galope tendido a dar la nefasta noticia, al llegar se encuentra con que Allende está en Dolores con el cura Hidalgo y junto con Juan Aldama salen a todo correr, a darles aviso.
A las once de la noche se detenía a Epigmenio González y a las personas que estaban con él, a partir de entonces los hechos y las acusaciones se precipitan y para las dos de la mañana, los demás conjurados de Querétaro, incluidos el corregidor Miguel Domínguez y Josefa su esposa ya están siendo recluidos en prisión; en razón de su rango e investidura, Miguel fue llevado al convento de la Cruz y Josefa al de Santa Clara, los demás a los conventos del Carmen y San Francisco.
Casi a la misma hora Pérez y Aldama ya en Dolores ponen al tanto a la cura Hidalgo y a Ignacio Allende. Hidalgo a pesar del nerviosismo de sus acompañantes pide que les sirvan chocolate mientras deliberan lo que ha de hacerse, y desde ese momento él mismo se asume jefe supremo de la insurrección. Sin dar tiempo a mayores planes decide levantarse en armas en ese mismo momento, y dice ¡vamos a coger gachupines! por lo que manda a apresar a los 19 españoles que vivían en el pueblo y haciéndose seguir de los presentes, va hacia la plaza que a pesar de ser plena madrugada ya estaba concurrida de los comerciantes del lugar y poblados aledaños que desde la madrugada llegaban los domingos a oír Misa y a instalar el tianguis semanal, y ese día 15 había todavía más gente pues se había celebrado la fiesta patronal: “la Virgen de los Dolores”.
Ordena al sacristán José Galván, cerrar las puertas de la parroquia y tocar el esquilón o campana a rebato, lo que alarma al resto de la población que acude presurosa a la plaza donde en lugar de oír Misa lo que oyen es una patriótica arenga del padre Hidalgo, gran orador y con gran carisma y afectos dentro de la feligresía, por lo que al grito de:
¡Viva la Independencia!
¡Viva la América!
¡Muera el mal gobierno!
¡Viva Fernando VII!
Se inicia la Guerra de Independencia
La mañana del día 16 de septiembre parten Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo y los demás, rumbo a Atotonilco con sus huestes formadas por cerca de 600 individuos armados de picas, arcos y flechas, machetes y palos, eran ellos campesinos, comerciantes y presos liberados, más algunas mujeres.