Domingo 23 Noviembre 2025

Adriana Balmori A.

José Ma. Morelos murió fusilado en San Cristóbal Ecatepec, hoy estado de México, hace 159 años, el 22 de diciembre de 1815, cuando tenía exactamente 50 años. 

Como sabemos, a la muerte de los caudillos iniciadores de la guerra de independencia, Morelos asume el mando en su zona, y de ahí se lanza en sus exitosas campañas de guerra por varias regiones del territorio americano, destacándose como un gran estratega, que tenía la firme esperanza de lograr la victoria y la independencia, tan es así que reúne a muchos destacados pensadores y militares para formar el Congreso de Chilpancingo o del Anáhuac, donde funge como su mano derecha redactor, Andrés Quintana Roo.

Escribe entonces sus famosos “Sentimientos de la Nación” documento que demuestra su sensibilidad, su conocimiento de la problemática e idiosincrasia de nuestro pueblo, aunque muy optimista dadas las circunstancias, buscaba la igualdad entre todos los americanos. En él, Morelos se revela como todo un estadista y curiosamente en su artículo sexto establece, desde entonces, la clara división y autonomía de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial para el buen funcionamiento de la nueva nación que propone.

Precisamente unos años después, tratando de poner a salvo, del asedio realista, a los miembros de este Congreso conduciéndolos de Ario Mich. a Tehuacán Pue. donde se pensaba estarían más seguros, así es que, en una riesgosa y accidentada travesía cuando están vadeando las márgenes del río Mezcala (también llamado por zonas Balsas y Atoyac), fueron alcanzados por las tropas realistas que enteradas de su peregrinar y con Morelos como objetivo prioritario, los buscaban con ansia. Iban al mando los jefes realistas Manuel de la Concha y Eugenio Villasana, a quienes el virrey Félix Ma. Calleja había dado la orden perentoria de atraparlo. Viendo esto, Morelos divide el convoy en tres, al mando de Nicolás Bravo, del insurgente Lobato y de él mismo, los de Lobato fueron los primeros en lanzarse a la desbanda, viendo el caos, Morelos dio su última orden al entonces joven Nicolás Bravo: “Vaya usted a escoltar al Congreso hasta su destino, aunque yo muera, no le hace”.  A sus compañeros ordenó apearse y continuar cada uno en solitario para confundir al enemigo, pero éste tenía un solo objetivo, Morelos. Rodeado y ya sin armas cayó en manos realistas.

Fue conducido a la ciudad de México y llevado a las cárceles de la Inquisición donde fue juzgado y degradado de manera cruel y ominosa de su condición sacerdotal. Después lo llevaron a la cárcel de La Ciudadela, para el juicio civil y militar, aunque de antemano se conocía la sentencia de muerte, le fue designado un defensor; abatido y desilusionado “flaqueó lamentablemente” como hombre de carne y hueso que era, y que al igual que con  Hidalgo, estas tan comprensibles debilidades en condiciones tan extremas, han sido eliminadas de la historia oficial, tergiversándola como en otros tantos episodios para mostrarnos sólo hombres de hierro y de impoluta conducta. 

Al mismo tiempo fueron muchas las peticiones de indulto que llegaban ante el Virrey, de las que hacía caso omiso, entre ellas la de su mismísima esposa, Francisca de la Gándara, que según se dice en algún momento lo visitó en la cárcel y con la que en tiempos mejores había coincidido en alguna corrida de toros a los que eran tan aficionados los virreyes y el generalísimo Morelos. Aparentemente lo único que consiguió fue la promesa de que el cadáver no sería decapitado ni exhibido para burlas y vejaciones y sería sepultado inmediatamente después de su ejecución. A Morelos, le concedió tiempo antes de cumplir la sentencia para que con suma devoción hiciera unos ejercicios espirituales para bien morir. El virrey Calleja temiendo desórdenes y protestas por la ejecución de don José María, mantuvo en el máximo secreto el día y el lugar de su ejecución, así sin aviso previo, la fría y neblinosa mañana del 22 de diciembre de 1815 fue conducido fuera de la capital hasta San Cristóbal Ecatepec; antes de su ejecución, comió -caldo y garbanzos-, con el sacerdote que le acompañaba y con el mismísimo coronel de la Concha, su ejecutor, con quien ya tenía un extraño entendimiento. Pidió tiempo para fumar un puro de los que tanto le gustaban y se dio un abrazo con de la Concha, después con toda serenidad caminó hacia el sitio de su ejecución, se vendó lo ojos con su propio pañuelo y lo obligaron a hincarse; hubo necesidad de hacer dos descargas de balas, ya que no murió en la primera. Eran las 3.30 de la tarde y el más grande caudillo insurgente había muerto. Con celeridad después de unas breves honras fúnebres fue sepultado en la misma parroquia de San Cristóbal. Donde permaneció hasta 1823.

A partir de entonces la historia y la leyenda se mezclan.

El 15 de septiembre de 1823 a la Villa de Guadalupe llegaron de Guanajuato las urnas de los restos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, y de San Cristóbal Ecatepec la urna de Morelos, de ahí  fueron llevados a la catedral de la ciudad de México y depositados en la Capilla de San Felipe de Jesús, el primer mártir mexicano. Tiempo después los pasaron al magnífico altar de los Reyes y después al de San José, mucho movimiento para estos restos mortales. En 1925, cuando el presidente Plutarco Elías Calles, el come curas, decidió, molesto por tener que acudir cada 15 de septiembre a la Catedral para hacer los honores a estos héroes, modificar el basamento del Ángel de la Independencia para alojarlos en criptas construidas ex profeso. A partir de ahí se corrió la versión de que la urna de Morelos estaba vacía puesto que su hijo Juan Nepomuceno Almonte, había sacado los restos cuando estaban en Ecatepec y los había llevado con él en su periplo europeo, enterrándolo en el panteón parisino de Pére-Lachaise y dejando dicho en su testamento que a su muerte los depositaran junto a sus propios restos. Cosa que algunos historiadores serios tomaron como cierto, sin embargo, en 2010, con motivo de las celebraciones por el bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia, se hizo un reconocimiento biológico  de último nivel, a todos los restos ¡y  separarlos! ya que en alguna ocasión al sacarlos para hacerles una limpieza fueron revueltos, por eso es que entre ellos, hasta huesos de venado encontraron los especialistas. Así se pudo concluir que los restos de Morelos sí estaban en el monumento a la Independencia.

Un gran hombre, un verdadero patriota, el “Siervo de la Nación”

Seminario de Cultura Mexicana.

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